Sevilla. En ella dibujé la infancia en
aquellos Jardines de María Luisa, junto a palomas que revoloteaban junto a mí
mientras en mi mano prendía un cucurucho de papel con granos de su ansiada
comida. Los recuerdo junto a mí. Papá vigilante y mamá temerosa vaya usted a
saber por qué, mientras yo, entre gorgojos y aleteos, allí estaba dejando caer
en el suelo el minúsculo alimento.
Eso sucedía cualquier domingo por la
mañana, cualquier domingo, sí, pero no era mi domingo. No era Domingo de Ramos.
Mi domingo era ese de la rampla del Salvador que días antes subiera y bajara
entre torpes pasos y alguna que otra caída. Mi domingo era ese en el que yo
quería ser nazareno. Ese en el que yo quería ser nazareno… pero de la
Borriquita. Nazareno de los que acompañaban a ese Jesús triunfante que entre
vítores dicen que decía… “Dejad que los niños se acerquen a mí”. Y yo, que en
sueños hacia Él corría, jamás pude alcanzarle. Nunca fui niño de capirote
blanco enrollado en la frente y cogido de la mano de mi papá o de mi mamá como
ahora les veo. Que suerte, pienso. Entonces la Cofradía salía tarde y yo era
pequeño y nunca me dejaron acompañarle. Nunca fue el domingo blanco que ahora
es.
Quizá por eso, cuando cada Domingo de
Ramos les veo bajando la rampla vestidos con esa túnica resplandeciente y con
esos pasos torpes protegidos y sujetos de la mano de sus papás, siento que el
corazón se acurruca en mi alma, y siempre, siempre, antes de que el Paso encare
la puerta, miro al cielo y se me escapa una oración mezcla de envidia y sueño.
Yo nunca bajé esa rampla cogido de tu mano papá. Y ahora, en este Domingo de
Ramos de hoy, una lágrima quiere rodar por mi mejilla. Pero no. No la dejo
escapar porque así debe ser. Ahora suena el tintineo de las campanillas a la
mecía del costero. Ahora suenan cornetas y tambores con Cristo del Amor quizá
igual que antes aunque ya no pueda recordarlo. Y me aúpo, y les miro delante
del paso perderse por Cuna, y envidio a ese niño que en poco comenzará a pedir
la venia… “A Dios por el Amor…”
…Y vuelvo a mirar al cielo mientras la
bulla se disuelve como azucarillo en café. La Plaza del Salvador se ha quedado
vacía. Yo tengo seis años. Correteo por la rampla mientras mi mamá padece por
si me caigo y mi papá sonríe ante el juego infantil. El paso de la Borriquita
ya está en Cuna. No voy. Mi recuerdo se pierde entre nubes de algodón. Ni tan siquiera sé si Zaqueo
andaba ya, en aquel entonces, subido a la palmera. Y ahora, sin embargo, me
siento morir entre infantiles sueños de un nazarenito de blanco con su carita
asomada a esa Sevilla de Domingo que estrena la ilusión de palmas y ramos.
Nazarenos de blanco se me escapan entre los dedos y se hacen más pequeños
todavía calle abajo. En mi sueño voy sentado a lomos de esa pequeña borrica
vacía de dueño que a Dios acompaña. Permíteme, Señor, semejante atrevimiento.
@BoroTriana para @LaCeraFundida en una madrugada de
sábado 20 de abril de 2013, a poco ya de que se apaguen los farolillos de Feria
y otra vez vuelva el sueño de la Semana Santa.