Semana
Santa. Sevilla. Sueño de trescientos sesenta y cinco días reducido a siete y
encima, a poco que te descuides, rotos entre paréntesis hechos de nubes de
capirotes de colores. Dicen que llueve. Dicen que la ilusión ensoñadora se rompe
entre granizos que no son pétalos de flor. Y en medio de la plaza, como quien
no quiere la cosa, esperando a esos siete días, ahí estoy yo envuelto en esa
nube picuda. Y me pregunto en sueños ¿Es verdad este sentimiento? ¿Es verdad
que a pesar de todo viví lo que he vivido? Sí, es verdad. Estés tranquilo
sevillano que a ese latido de corazón, ningún agua le puede. Y ahora, ya
despierto, cuéntame si quieres…
Y
le dije que yo, que en ese dormir tranquilo, lo había visto. Ha pasado, es
cierto. Pasó entre las callejuelas de mi Sevilla a la que adoro. Pasó entre
sahumerios dulces de incienso, entre sones de corneta y tambor y rezos cantados
de saetas rasgadas. Después, también es verdad, le perdí de vista cuando giró
la calle, y aunque corrí para volver a verle, ya no estaba.
Y
una noche, ya después, cuando a Sevilla se le fue la palma y el azahar, cuando
ya ni quedó el sonido del rachear de una zapatilla, cuando el tintineo de una
bambalina sobre el varal ya fue recuerdo volvió mi sueño… Y le volví a ver…
Se
acercaba trastabillando sus pasos. Alguien me contó que sudó sangre orando
mientras los que predicaban seguirle dormitaban a la sombra de un olivo. Y me
dijeron que un beso Iscariote le hizo culpable. Y añadieron que un chulo de
pelo lacio mal adornado con una aureola de laurel, mientras se lavaba las manos,
le condenó entre palabras calladas. También me hablaron de que un imbécil secuaz
le abofeteó y que Él, sin embargo, guardó silencio ante el desprecio de un
villano regente de estúpida dorada corona y trono de papel. Y es que, querida
Sevilla, en una semana, solo en una semana, me has dicho tantas cosas…
¿Y
de su Madre? Madre de Él y mía. También, querida Sevilla, me has hablado de
Ella. Entraña rota por el dolor mientras el andar cadencioso, lento, caído y
agonizante sobre un adoquín, teñido ya de rojo, hacía brotar de sus ojos preñados
lágrimas de sufrimiento y sin embargo admitido. Nadie cuenta que a Ella se la
vio chillar, ni tan sólo un leve quejido. Ni tan siquiera la vieron protestar
ante el mandatario. Nadie cuenta que la vieran suplicar al juez maldito que a
su Hijo condenara. Nadie la vio hablar. Tan solo recuerdan sus silencios. Sevilla
me dijo que Ella lloraba mientras una daga atravesaba su corazón y cinco
lágrimas resbalaban por su mejilla. Dicen que Dios le dijo que así debía ser, y
Ella, en conversación con Juan admitió el dolor y sufrió sin mediar palabra.
Y
ahora estoy despierto. Sé que en un año, solo en un año, viviré la misma semana
de pasión y todo volverá a trazar el mismo dibujo. Y sin embargo solo le pido a
Dios una cosa… Déjame que en Sevilla, en sus callejuelas, entre el corazón de la
gente que la habita y se apretuja a Tu cariño… allí, justo allí, permíteme que
la viva un año más. Ya sé. Igual, llegado el momento, también dirán que llueve
entre esas nubes de capirote pero… ¿Y qué? ¿Acaso por eso dejaré de soñar con
mi semana más grande? Jamás, Sevilla, jamás.
@LaCeraFundida
©BoroTriana
La
madrugada de un viernes, una semana después de que mi Esperanza conquistara
Sevilla.