(En prosa y verso libre)
Para el Blog La Cera Fundida. Agosto 2013.
Sevilla.
Semana Santa. En principio no importa el año… Siendo Semana Santa en Sevilla,…
¿qué más da el día si todos se me acontecen entre pasión y gloria? Pero de
acuerdo, está bien, hoy es, y por eso acontece lo que os cuento, Domingo de
Ramos. Luz en el Porvenir. Paz. Alegría
en blanco. Contraste con lo que vendrá más tarde: Mismo color pero entonces
todo quedará envuelto en silencio cuando a Sevilla ya la acune la noche y en ese
acurrucar no se adormezca: será silencio blanco. Ahora, en esta mañana, todo es entusiasmo
de barrio y a ello quiero referirme.
Amanece. Es domingo y lo hace con un cielo azul y nubes grises que se dibujan sobre relucientes celestes, entre tanto es mi hija que ya no duerme…
¿Papá, lo vas a estrenar?
Claro que sí hija mía, ya estrené tu
regalo.
Gracias papá, pensé que te habías
olvidado.
Que no vida mía, ni hablar…
cómo me iba yo a olvidar
queriéndote como te
quiero… tanto.
Y salgo de casa. Paseo bajo un fresco amanecer. Camino despacio. La sombra de los
Jardines de María Luisa azuzan los recuerdos de una infancia lejana. La
fuente borbotea y algunos coches de caballos ya hacen fila esperando ese primer paseo de trotar alegre sobre los adoquines de Sevilla. Y entonces, mientras observo el sol que comienza a colarse entre las ramas
de los árboles, viene a mi mente lo que viví ayer mismo en el barrio
donde ahora me dirijo.
Mañana
de Pasión, momentos de un sábado: Llovía a mares —jarreaba que por aquí
decimos— mientras yo, en la Parroquia de San Sebastián gozaba mirando como el
equipo de priostía ultimaba los trabajos en paso y palio. ¡Qué guapa la Virgen
de la Paz! Blancura infinita sobre cuanto le rodeaba:
Techo de palio entre
varales soportado,
bambalinas casi transparentes
colgando,
flores que eran rosas
blancas trabajadas a mano
rezumando dulzura en cada
uno de sus cuatro costados.
Pero
sobre todo esa Virgen perfil de mirada sufrida y tez con lágrimas perladas. Toda
Ella se me representó como la claridad de lo celestial. Luz divina. Divina luz…
Y entre tanto…
una joya que no
cuadra
y no es mechón de su
cabello.
A de quedar, pienso,
como la gloria del
cielo.
Y el muchacho lo
encara,
y el prioste lo señala
Ahora sí, ahora sí…
perfecto.
Amor, Paz, mañana Tú serás
de ellos.
Y llevándome a la Virgen
me levanté despacio,
dolía… hasta el
crujir del reclinatorio del banco.
Giré la cabeza y allí está Él, en su paso.
Dios de la Victoria bajo una cruz, derrotado.
Tez
morena. Expresión tranquila y bondadosa. Ojos perdidos y suplicantes entre lo
que ya sucede y lo que tiene que venir. Es curioso —pensé— que se llame
Porvenir a ese barrio que acoge el momento en el que un siervo del juez maldito
va a depositar la Cruz en el hombro del Hijo de Dios. Pasión. Muerte en lo que
deberá venir… Porvenir. Juego de palabras que encierra magisterio, pena, dolor,
sufrimiento y al final, esa muerte dolorosa por cada uno de los que en esa mañana
de sábado lo contemplábamos entre silencios callados de idas y venidas de hermanos
que trabajaban en esa hermosa parroquia de barrio.
Paso de misterio, respiraderos dorados,
Nuestro Padre Jesús de la Victoria,
dolor paciente, hasta
diría yo, que templado,
que hasta le imagino sonreír
desde cielo observando,
cómo que le clava un
alfiler un muchacho
tan despacio, que apenas si le ha rozado.
Es túnica nueva para su
Señor este año.
Perfecta
la bocamanga que por fin quedó en su justa medida porque el pedacillo blanco de
la camisola iba más allá de lo correctamente debido.
No
añadiré nada más: Paz. Es eso lo que sentí ayer en un banco de la Parroquia de
San Sebastián mientras el equipo de priostía culminaba su trabajo: la Divinidad
en paso y palio para que mañana se reparta por Sevilla. Paz de un año
nuevamente aunque cada año se repita. Qué acertado está ese nombre cuando ayer encerraba
en mí él sentimiento de ese Sábado de
Pasión. Hermandad. Paz.
Ahora, hoy, ya es Domingo de Ramos. Atrás quedó el cariñoso
reclamo de mi hija, el esplendor de la Plaza de España y las entre luces de los
jardines del Parque de María Luisa. Ahora, a medida que avanzo callejeando por el barrio del Porvenir la
gente se va agolpando en esa calle Río de la Plata que va a acoger los primeros
andares de la Hermandad de la Paz. Mi corazón late más fuerte. Tengo que
hacerme sitio entre la bulla que ya llena las aceras y las traspasa más allá
del bordillo de éstas. Yo lo quiero ver salir y ya es la hora. No estoy junto a
la verja, quedé lejos y aun así, distingo a la perfección los capirotes blancos
de los hermanos que tras la Cruz de Guía, de dos en dos, traspasan el umbral de
la Iglesia y embellecen el barrio. Es Domingo de Ramos. Todo comienza. Ya está
aquí la Pasión convertida en alegría y luz.
¿Hay silencio…? No lo hay por que es la misma gente que entre siseos
lo pide. Y al final se logra escuchar. Suena el martillo. Tres golpes. Antonio Santiago,
capataz, habla a sus costaleros para que tras esa llamá se deje, en una corta chicotá, el
paso de misterio encarado en la mismísima puerta de la Iglesia. A lo lejos se deja oír el racheo
del rozar de la alpargata del costalero sobre el mármol de la Parroquia. Golpe
de martillo y tras un ¡Pararse ahí! el paso del Señor desciende hasta que los costeros,
por igual, lo depositan en el suelo junto al cancel de la puerta. Y al momento tres
golpes más. Va al cielo tras unas palabras que no acierto a distinguir. Y abajo los cuerpos. La cruz acaricia sin tocar el dintel de la
puerta. Dios, el Dios de la Victoria ya está en la calle. No hay música que yo pueda
escuchar porque la he perdido entre esos ojos color dolor.
El aplauso, tras una saeta, me devuelve a la realidad para
contemplar como al cielo, otra vez, se eleva el paso de misterio que dibuja el instante en el que Dios va a soportar sobre su hombro el peso de la cruz. Y así, despacio, sobre
los pies, se me pierde calle abajo entre sones de cornetas y tambores mientras yo intento no perderle siguiéndole entre hombros altos. Al
momento ya no acierto a verle.
Después, entre la gente, poco a poco y en apreturas, me
hago un pequeño hueco junto a la cancela donde apoyo mi ya maltrecho y cansado
cuerpo.
Y miro… veo… siento… Tras un tramo,
otro tramo de nazarenos
blancos
¿De que color quieres
que sean hoy
si hoy es La Paz en Domingo
de Ramos?
Y más nazarenos, más Domingo Blanco.
Chiquillos primero,
después, medianos.
Y cerrando la cofradía mayores
al fin y al cabo.
Sale el Libro de
reglas, y a poco el Estandarte,
Bacalao que en
Sevilla llamamos,
ahí están por fin los
últimos el cortejo cerrando,
y en la Iglesia, ya la
Virgen se mueve despacio.
Entre
cabezas que se aupan sobre la punta de los pies ya la distingo. Asoma lento. Otra vez los cuerpos a tierra, ahí está del Porvenir la Señora… No hay aplausos
todavía. Se hace el silencio entre la gente que mira, y llora…
Es la Virgen de la
Paz, luz que llega alumbrando.
Llama el capataz salir y
el salir lo hace despacio.
Es un rachear
cadente, es, la Alegría en blanco.
Bambalinas que se
mecen. María bajo Palio.
Música de marcha. La
Virgen de la Paz ya está en su barrio.
Y brilla tanto esa
luz... Es la Alegría en blanco.
Alegría que se me pierde ahora calle abajo.
Y una oración se me escapa mientras ya veo solo
el manto:
Virgencita de la Paz, permíteme verte otro año
cuando en primavera derrames en este
Porvenir, tu barrio,
de Tu mirada la luz, aquí donde eres, Alegría en blanco.
de Tu mirada la luz, aquí donde eres, Alegría en blanco.
© BoroTriana para el blog La Cera Fundida una noche cualquiera
soñando, otra vez más, con un Domingo de Ramos. Agosto 2013.