lunes, 4 de marzo de 2013

Una Cuaresma a medio Camino. Por @BoroTriana


Bulle Sevilla. Altares de culto en casi todas las hermandades. Cirios encendidos que en pirámide elevan al Señor hasta lo más alto como si a Él le hiciera falta semejante despliegue. Contraste de la humildad de sus cuarenta días de sacrificio en soledad en contraposición con el boato excesivo del altar que sin  querer, rompe la oración en beneficio de la admiración. Reluces de flashes de cámara en busca del plano perfecto.  Teuves de canales temáticos cofrades, convertidos en paseantes de Iglesia en Iglesia en busca del encuadre perfecto… “Perdóneme usted señor Párroco, ¿Podría hacerme el favor de apagar las luces de la Capilla? Es que así podrá contemplar como queda el plano con tan solo el iluminar de las velas… le va a gustar Don José, se lo aseguro…” Y Don José, el cura, accede complacido ante a la petición.
…Y a Cristo… traicionado, abofeteado, prisionero, burlado, coronado de espinas, nazareno en su calvario, crucificado, lanzado, muerto y por fin resucitado… le da igual el agasajo. En silencio, desde la atadura de sus manos o desde sus clavos en el madero nos está diciendo… “Os cambio cada uno de estos cirios por un pedazo de amor a vuestro prójimo”. Y sin embargo, nosotros, a la nuestra, a por la imagen perfecta, a por el video excelso… Y de sus palabras… ni caso.


Y la Cuaresma, esos cuarenta días de reflexión, se nos van quedando en conversaciones “capillitas” de controversia por un altar de cultos que sí, o que no ha estado a la altura de lo que se esperaba de esta u otra hermandad. O quizá de ese, mira que bien, rostrillo de su Madre vestida de hebrea.

Y la Cuaresma, esos cuarenta días de reflexión, repito, se nos van quedando a medio camino entre lo divino y lo humano. Lo divino porque en ese altar, casi oculto entre penachos de flores y cirios encendidos está ÉL al borde ya del calvario y la muerte. Y lo humano porque de un móvil, de una cámara última generación, ya salió la luz que ha iluminado su dolor y que se ha quedado convertida en un jotapegé sin haber ido un poco más allá. Ni tan siquiera para un breve Padrenuestro. Y tras pulsar lo que dio brillo a su perfil, me di la vuelta, y sin decirle adiós, salí de la Capilla en busca de la próxima.

…Solo recordé una cosa que me hizo girar la cara y contemplar su rostro dolorido para suspirar… ¡Por Dios —si Tu, a Ti te lo pido— que no llueva. Y me fui de frente cual paso en Semana Santa. La Cuaresma, esos cuarenta día de reflexión, se han quedado, otro año más, a medio camino entre lo divino y lo humano.