Bulle Sevilla. Altares de culto en casi
todas las hermandades. Cirios encendidos que en pirámide elevan al Señor hasta
lo más alto como si a Él le hiciera falta semejante despliegue. Contraste de la
humildad de sus cuarenta días de sacrificio en soledad en contraposición con el
boato excesivo del altar que sin querer,
rompe la oración en beneficio de la admiración. Reluces de flashes de cámara en
busca del plano perfecto. Teuves de
canales temáticos cofrades, convertidos en paseantes de Iglesia en Iglesia en
busca del encuadre perfecto… “Perdóneme usted señor Párroco, ¿Podría hacerme el
favor de apagar las luces de la Capilla? Es que así podrá contemplar como queda
el plano con tan solo el iluminar de las velas… le va a gustar Don José, se lo
aseguro…” Y Don José, el cura, accede complacido ante a la petición.
…Y a Cristo… traicionado, abofeteado,
prisionero, burlado, coronado de espinas, nazareno en su calvario, crucificado,
lanzado, muerto y por fin resucitado… le da igual el agasajo. En silencio,
desde la atadura de sus manos o desde sus clavos en el madero nos está diciendo…
“Os cambio cada uno de estos cirios por un pedazo de amor a vuestro prójimo”. Y
sin embargo, nosotros, a la nuestra, a por la imagen perfecta, a por el video
excelso… Y de sus palabras… ni caso.
Y la Cuaresma, esos cuarenta días de
reflexión, se nos van quedando en conversaciones “capillitas” de controversia
por un altar de cultos que sí, o que no ha estado a la altura de lo que se
esperaba de esta u otra hermandad. O quizá de ese, mira que bien, rostrillo de su
Madre vestida de hebrea.
Y la Cuaresma, esos cuarenta días de
reflexión, repito, se nos van quedando a medio camino entre lo divino y lo
humano. Lo divino porque en ese altar, casi oculto entre penachos de flores y
cirios encendidos está ÉL al borde ya del calvario y la muerte. Y lo humano
porque de un móvil, de una cámara última generación, ya salió la luz que ha
iluminado su dolor y que se ha quedado convertida en un jotapegé sin haber ido
un poco más allá. Ni tan siquiera para un breve Padrenuestro. Y tras pulsar lo
que dio brillo a su perfil, me di la vuelta, y sin decirle adiós, salí de la Capilla
en busca de la próxima.
…Solo recordé una cosa que me hizo girar
la cara y contemplar su rostro dolorido para suspirar… ¡Por Dios —si Tu, a Ti
te lo pido— que no llueva. Y me fui de frente cual paso en Semana Santa. La
Cuaresma, esos cuarenta día de reflexión, se han quedado, otro año más, a medio
camino entre lo divino y lo humano.