Aprovecho este ejemplo para reflexionar un poco sobre la importancia del
costalero dentro de una hermandad. Cuando vemos una cofradía en la calle, casi
por instinto, en la primera figura en la que pensamos es la del costalero. Es
verdad que para muchos ojos que miran, o mejor dicho, admiran nuestra Semana
Santa, lo más llamativo es la forma que tienen los pasos de andar o el esfuerzo
que un costalero realiza.
Es cierto que el costalero hace un gran esfuerzo (a veces con devoción y otras
veces sin ella), pero si hay algo que en una hermandad se deba valorar es el
trabajo diario que algunos hermanos desempeñan en sus hermandades.
Existen personas que han dado los mejores años de su vida por hacer más grande
a su hermandad, y eso si que es tener devoción.
Ser costalero no tiene ni punto de comparación con el trabajo y esfuerzo que
realizan muchos miembros de junta de sus hermandades, y menos en los tiempos
que corren en los que ser costalero es "guay".
En mi hermandad he tenido la suerte de haber aprendido cosas muy valiosas, como
el verdadero sentido que tiene la Semana Santa.
Respeto siempre a los costaleros; es más, aunque tengo 17 años saco algún que
otro paso como costalero y se más o menos como funciona el tema. Pero lo que no
puedo consentir es que haya costaleros que se pongan por encima de personas que
van a la hermandad todo el año, y se crean los dueños de la hermandad por sacar
el paso a la calle un día al año.
Lo que pasó en los Gitanos es un claro ejemplo de unos capataces que piensan
que lo más importante de una hermandad es el mundo del martillo y del costal.
Esto pasa por mantener las dinastías de capataces en las hermandades. Puede que
un gran capataz tenga un hijo que no esté a la altura, o viceversa; por eso
pienso que los capataces deben hacer méritos cada año.
Termino el artículo con una frase que resume el papel de unos y otros.
"El costalero
no sería nadie sin los priostes que montan los pasos"